Fuente de Berriozabaleta

CÓMO LLEGAR

Fue construida por Manuel Plácido de Berriozabalbeitia, quien ascendió en la escala social hasta llegar a ser el Oidor del rey en Perú. Se casó con Doña María Álvarez de Foronda y Mendive Xara Berrio. Unirse a esta familia criolla le confirió los títulos de conde de Vallehermoso y Casapalma.

El hecho de que la hiciera construir al llegar de América hizo que mucha gente pensara que es de estilo inca e, incluso, que fue trasladada piedra a piedra desde Perú para consolar la añoranza que su mujer tenía de su tierra natal.

Tanto el monumento como el camino que conduce hasta él son impresionantes. La fuente y el lavadero conforman el monumento, situado en el centro de una terraza semicircular y desde la que hay unas vistas magníficas a los montes de Urkiola. Se asemeja a un teatro consagrado como lugar de reunión del barrio.

La fuente de Berriozabaleta es un escenario único para los momentos más especiales. En un atardecer soleado, frente a los montes de la sierra de Urkiola, esta isla de piedra rodeada de prados y bosques es un lugar perfecto para dar rienda suelta a la imaginación.

MANUEL PLÁCIDO DE BERRIOZABALBEITIA

Manuel Plácido de Berriozabalbeitia (Elorrio 1775 – Madrid 1850) nació en el caserío de Berriozabalbeitia en el barrio de Berriozabaleta. Tras finalizar sus estudios, logró un puesto en la Administración de Perú y allí, donde desarrolló una exitosa carrera que le llevó a participar en las negociaciones para la independencia del país. Fue Oidor de las Audiencias de Lima, Cuzco y Charcas, así como el mayor mecenas de Elorrio.

A su vuelta a la península, en el año 1828, se encargó de administrar sus bienes y de ayudar a la familia. De 1832 a 1833, construyó el palacio ubicado en la parte izquierda del camino que lleva a la fuente. Esa primera obra fue el germen de un proyecto más ambicioso. Así, tras el palacio decidió construir la fuente de Berriozabaleta y trasladar la vieja ermita de Santa Catalina, que fue reedificada desde los cimientos.

Manuel Plácido no solo corrió con los gastos de los trabajos, sino que, además, también realizó generosas aportaciones posteriores para que estos monumentos no cayeran en abandono. Era muy evidente el interés y espíritu culto e ilustrado del indiano por mejorar las condiciones de vida de sus compatriotas, dignificar el aspecto formal del barrio que le vio nacer y perpetuar la buena memoria de su figura.